Vestía pantalón vaquero ceñido, camiseta azul de alguna marca vaquera y una camisa entreabierta. Su aire juvenil era insultante, todo relucía en él. Sus labios gruesos y rojizos ocultaban una dentadura perfecta cuando callaba, y su peinado mostraba un cabello sano y fuerte. No tenía un cuerpo musculoso, ni siquiera atlético, pero me lo imaginaba desnudo y pensaba que el mismísimo Miguel Ángel lo hubiese querido como modelo y amante.
Al no parar de mirarle, se dio cuenta de mi excesivo interés en él, pero no parecía incordiarle. Cada mirada mía me lo devolvía con una mirada suya sin ápice de timidez, cosa que yo sí tenía y me impedía mantener la mirada más de dos segundos seguidos. Intuí que no era chico de relaciones con un treintañero, se notaba que no tenía necesidad de experimentar con maduros y que sus coetáneos le bastaban para disfrutar del sexo y la vida.
No obstante, el pensamiento es libre, y el pensamiento sexual... salvajemente libre. Por eso, mientras el tren corría por las vías destino a Sevilla, mi mente viajó por su cuerpo desnudo, y mi boca exploraba y humedecía su cuerpo caliente y suave mientras sus jadeos amenizaban el silencio de una imaginada habitación de hotel. No hay nada más lúdico que unos labios gruesos masculinos, y mi boca almorzaba y cenaba los suyos, uniéndose al festín unas lenguas juguetonas incapaces de salir de su cautiverio. Mientras, mis manos se deslizaban por su cuerpo fibrado, conquistando cada rincón erógeno de su cuerpo.
Su culo era dulce, carnoso y apetitoso; mis manos no paraban de apretarlos fuertemente y acariciarlos con suavidad. Descubrir su polla fue como vislumbrar América, no me lo imaginaba tan bello, tan grande y tan perfecto. Una polla de las que dan ganas de chupar sin parar, aunque duela la boca, porque la excitación es más poderosa que el dolor cuando dos cuerpos deciden disfrutar mutuamente de sus frutos.
Me imaginaba al chico pasivo, y penetrarle resultaba en mi fantasía fácil y placentero. Me bastó humedecer con saliva su puerta de entrada para que mi polla entrara a placer. Quiso hacerlo apoyando sus piernas sobre mis hombros, de forma que tenía su boca cerca para no parar de besarle en cada embestida mía. Él se pajeaba con fuerza mientras, y su rostro de excitación con la mirada perdida aumentaba mis ganas de hacerle disfrutar de lo que podía ofrecerle. Quería que viese que mi cuerpo de treintañero era capaz de llevarle a lo más alto, para que así la próxima vez que uno de los míos le mirase con deseo en un tren, tuviese la opción de verse correspondido por un chico de 19 ó 20 años recién llegado a la vida.
Todo lo narrado transcurrió mientras el tren se dirigía a Sevilla, y el altavoz me despertó de mi sueño al anunciar la llegada a Santa Justa. El chico se levantó para coger sus cosas y por fin pude observarle de pie. Me coloqué detrás de él y mi boca, a pocos centímetros de su cuello, a punto estuvo de adentrarse en él para iniciar lo que en sueños habíamos hecho él y yo, pero la realidad siempre frena los sueños, y el chico bajó del tren perdiéndose entre el gentío para siempre....