El amanecer la sorprendió dolorida y apaciguada después de una noche agitada que la tuvo como protagonista y que, ante el flagelo del tiempo, pensó que tenía muchas chances de convertirse en inolvidable.
Miró alrededor y las luces tenues de un cuarto de hotel le recordaron que seguía caminando por las profundidades de lo prohibido, de lo no perdonado... giró su cabeza y pudo contemplar la tierna figura de su amor que dormía descansando de los instantes en que la pasión les robó el aliento. Su rostro angelical y dulce le hizo estremecer el alma, le recordó lo mucho que amaba lo que ese cuerpo desnudo desmayado a su lado tenía en su interior.
Todo fue tan rápido que aún no podía salir de su asombro... una noche, dos almas lastimadas, dos círculos que se cierran, dos vidas que se unen en un instante, dos cuerpos que encuentran la dicha en un roce, dos corazones que por fin se animan a romper las cadenas, a escapar de lo convencional... a perderse en lo no permitido.
Sentir su aliento, tocar su piel, hablar con su alma... se había convertido en un momento en algo esencial para su vida... era como el sol, como la lluvia en una tarde que arde, como la vida misma, como el aire pleno de la primavera... Era mirar sus ojos y morir de amor; era pensar en sus secretos y entrecortar los sueños, era rozar su cuerpo y desarmarse por dentro; era encontrar su boca y amar en silencio... siempre con miedo, siempre en secreto.
Estar a su lado ya era una obsesión, mirar con sus sentimientos, adueñarse de su vida, encontrar la paz con un segundo de su compañía... Y no se atrevía, no se permitía que dos mitades tan iguales, tan prefectas... se amaran algún día... No era el tiempo, no eran las ganas; eran las miradas, eran las palabras, eran los desprecios lo que impedían que sus almas fueran una.
Y sufría...
Sufría los desplantes, los deseos de aprisionar su alma y no dejarla escapar, las ganas de guardar sus sueños y sin límites hacerlos realidad, las ansias de ver la felicidad en su rostro, de que sus actos hicieran su vida radiante, de que nunca más una pena atravesara su camino ni siquiera para espiar...
Y sufría...
Sufría las burlas del destino; las llegadas tarde, los rumores de un amor clandestino, la alegría fingida que le hacían pensar que alguien más podía acceder a sus besos, a su corazón...
Y sufría...
Sufría los celos que le taladraban el alma, que le herían la calma; celaba sus noches en vela, sus salidas sin destino fijo, sus sonrisas cómplices, sus comentarios divertidos, sus palabras llenas de intención: llegaba a la locura con sólo imaginar su cuerpo con otro que no fuese el suyo...
Y sufría...
Cuando iba, cuando venía; cuando se despedían y su sonrisa le recordaba que era algo inalcanzable, que la idea de unirse estaba más lejana que Júpiter o Marte... cuando no se veían y la sangre le temblaba por el temor de que le hubiese ocurrido algo malo, cuando escuchaba su voz y no podía imaginarse otra cosa que sus susurros en la oscuridad jurando amor eterno.
Todo fue tan rápido... una noche de verano, sus pieles fantásticas unidas en una melodía de amor que ya no se podía ocultar, que ya no se podía callar... Un sinfín de miradas seductoras que fueron cayendo como lluvia de estrellas, que ya no permitieron que se mintieran más... Una noche y el cielo por fin escuchó sus plegarias regándoles la dicha de un amor original que nada pedía ni nada ocultaba ya...
Y de repente todo fue una fiesta: alegría, placer, felicidad, ternura... todo mezclado en noches donde no podían dejar de hacer el amor ni un segundo... Todo era excepcional, todo era emoción, excitación... una mirada y sentir que el cuerpo explotaba de amor; sólo un beso y darse cuenta de que nada separaría sus vidas; sólo un gesto para encontrar el cariño en unos ojos empañados de satisfacción.
Pero todo seguía siendo prohibido... El amor estaba dispuesto en todo momento, pero era inaceptable... Y allí comenzaron los juegos, las doble vidas, las apariencias de la gran amistad para amarse en secreto; las mentiras para poder verse; los engaños para poder sentir aunque fuera un segundo su voz por teléfono... El vivir sólo de noche cuando todo estaba oculto y morir por la mañana cuando la claridad vislumbra todo; hasta los grandes amores... Los sufrimientos por no estarse permitido una demostración de afecto, una mirada indiscreta sin que los rechazos fuesen inminentes... y los problemas con la gente querida, las incomprensiones que sin necesidad llegaban a puntos iretornables en que ya era imposible razonar, cuestiones del corazón que ya casi no les permitían respirar, que ya no podían destrozar más sus ilusiones... Los rechazos absolutos, los comentarios maliciosos que sólo dejaban a su paso heridas sin razón, sin recapacitación.
Sus vidas eran una sola, pero ante el mundo no se pertenecían, eran separaciones tajantes de dos personalidades distintas... Todo era desprecio, todo era dolor... sus ojos sólo sabían desprender lágrimas, sus pechos sólo podían cobijar palabras de odio de gente amada; desilusiones tan duras que sólo podían olvidarse con la muerte... Pero a pesar de todo, su amor seguía en vilo y se mantenía intacto, permanecía de pie ante los fuegos de la incomprensión...
El despertador sonó y se apresuró a desactivarlo antes de que los oídos de su amor notaran el ruido y abandonara su hermoso sueño... Miró al techo y pensó en los miles de cuerpos que en aquella cama encontraron consuelo... Pensó que la vida era demasiado complicada como para complicársela aún más con "caprichos raros"; pensó que ya había sufrido bastante como para seguir haciéndolo, que quizás sería mejor para su vida que volviera a ser la de antes... se ahorraría las terribles explicaciones, las discusiones, los olvidos, los "adioses", las decepciones. Sería una persona más, sin nada que temer, sin nada que esconder... Viviría como todos: triste y con el corazón roto; pero como todos al fin. Quizás así se sentiría menos culpable, más "como todos".
Si, seguramente sería como todas... Y eso estaría muy bien...
Sintió su cuerpo moverse, giró su cabeza para observar mejor: se encontró con unos ojos radiantes que llenaron de luz el cuarto y¡ su alma, sin disimulos; con una sonrisa espléndida que dejaba caer la satisfacción de una noche de amor... Sus pensamientos se esfumaron cuando esos brazos rodearon su cuerpo y una vocecita chillona le dijo: "Te amo" al oído... ¿Para qué engañarse si ahí estaba todo lo que quería? : estaban esos ojos que llenaban de claridad su oscuridad, esa boca que robaba sus mejores besos y recorrían su infinito sin pedir permiso; esa piel que le era irresistible y le recordaba que aún tenía vida... y que a esa vida sólo la podía vivir a su lado... Ante cualquier mirada, ante cualquier comentario; ante cualquier rechazo... ante todas las adversidades...
- ¿En que pensabas, amor?.
Miró su mirada enamorada, sus gestos tiernos, su sonrisa preciosa y respondió...
- En que te amo, mi amor...